miércoles, noviembre 19, 2008

Monomanía. Come as you are (3) (borrador)

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Capítulo 3. Come as you are

Era de esperar que cuando Iván supo que había dicho que “me encantaba” me dejara de hablar unos días. Lastima que no hubiera otro capaz de recordarle que lo quería hacer conmigo, por que yo no era capaz. Afortunadamente, el bien entendido se confundió con una broma y volvimos a tratarnos como si nada.
Por mi parte, aquellos días me sirvieron para calmar un rato las hormonas, desempolvar la moral, abrir los ojos y despertar el asco lo suficiente como para no intentar manosear a mi amigo en un tiempo. A fin de cuentas, tenía a su hermana para mi solo y nada me prohibía entretenerme con ella.
Pero la nacha no me provocaba nada comparado con Iván.
La nacha es la mina más rica que conozco, pero es de esas que te deja hacerle de todo para retenerte hasta que te terminas aburriendo. A fin de cuentas la nacha era eso: Una mina usada y usable.
Nuestra primera vez nos pillo el mismo día que ella me confeso que yo le gustaba. Le dije que no le creía, que me lo demostrara y como era obvio me lo termino demostrando: un beso cada vez menos tímido, cuatro manos conociendo al sexo opuesto, unos “¿Estas lista?”, “abre las piernas”, “voy a entrar despacito” y gemidos desesperados, pero no asustados.
Y por otro lado, su hermano. Guapo (aunque menos que su hermana), con cara de nada, ojos grises y algo hundidos, fome, antisocial, callado y torpe.
Es cierto, Iván no tiene ninguna gracia. Pero para mi es irresistible. Si no fuera por su tono de voz, su cuerpo debilucho, sus manos y su cara de hepatitis yo sería una persona mucho más feliz, pero no me habría corrido pajas tan buenas.
Me obsesionaba la idea de quebrarle esa expresión indescifrable y verlo excitado, húmedo, desesperado del placer, pero lo único que conseguí fue verlo sufrir, más que de dolor, de humillación.
Hubiera estado bien si me hubiera desilusionado y hasta arrepentido, pero debo confesar que me encanto verlo sufrir. El placer aumentaba con la violencia y el volumen de sus gritos, hasta que su cuerpo comenzó a responder lo que su conciencia no aceptaba y la humillación se le hizo infinita.
Pasado el peligro de que me descubriera, lo hice pasar esa humillación cuantas veces pude, pero de forma indirecta. Disfrutaba cuando me pillaba después de masturbarme, o escuchaba como nos entreteníamos con su hermana, o veía cuando ella me tocaba disimuladamente. Disfrutaba por que sabía que estaba haciendo todo para no imaginarse en el lugar de la nacha.
Sabiendo todo eso, no me sorprendía que hubiera intentado hacerlo conmigo.

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